Sigue la historia...
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Vasey se encontraba pensativo, evaluando la inesperada aparición de su ahijada. No veía a Elizabeth desde que era una cría y casi ni se acordaba de ella, la había reconocido solo por el color de sus ojos que eran inconfundibles.
Tamborileó sus dedos encima de la mesa de roble y clavó su mirada en un punto imaginario.
Había notado la desmedida atención que el Príncipe John le había prodigado a Elizabeth y ese hecho quizá le jugara a favor. Si la presencia en el castillo de su ahijada servía para distraer al príncipe, bienvenidas sean ella y su inseparable nana.
El príncipe se había vuelto últimamente demasiado impulsivo y exigente con él y con la necesidad de acabar con la vida de Robin Hood. El maldito forajido había logrado salirse con la suya muchas veces y eso había alterado los ánimos no solo del Príncipe John sino también los suyos. Además debía lidiar con la incompetencia de Gisborne quien siempre terminaba quedando en ridículo tras alguna hazaña de Robin y su banda.
Guy de Gisborne había sido su mano derecha en los últimos tiempos y prácticamente se había arrepentido desde un primer momento de haberle concedido semejante honor.
Una sonrisa malévola se dibujó en el rostro barbudo del Sheriff.
-Mas vale que cumplas con tu misión de acabar con Robin pronto Gisborne sino me encargaré yo mismo de ponerle fin a tu miserable vida –dijo en voz alta y muy seguro de sus palabras.
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Elizabeth ya se encontraba en su habitación dispuesta a darse un baño con la ayuda de su nana y de las criadas que su padrino había enviado para que le sirvieran.
Se quitó el vestido, luego los calzones y cuando se quedó completamente desnuda, Madeleine le ayudó a meterse dentro de la tina que segundos antes había sido llenada con agua caliente y una deliciosa esencia de rosas que Elizabeth había traído entre sus pertenencias.
Se sentó en el suelo de la tina y dejó que las manos suaves de su nana mojaran su espalda.
-¿No está demasiado caliente el agua, mi niña?
-No, nana, está perfecta así –respondió Elizabeth llevando la mata de cabello negro azabache a un costado de su rostro, dejando así al descubierto su cuello y uno de sus hombros.
-Luego del baño te sentirás mucho mejor –dijo Madeleine trayendo nuevamente a su mente el episodio nefasto que les había tocado atravesar y del cual habían salido con vida de milagro. Ni siquiera se podía imaginar lo que aquellos tres bandidos le hubieran hecho a la pequeña Elizabeth si el tal Gisborne no hubiera aparecido.
-¿En qué tanto piensas nana?
-En nada, mi niña, en nada.
Elizabeth podía imaginarse lo que podía estar pasando por la cabeza de su adorada nana, la conocía muy bien y había sido siempre para ella como una madre. Estaba preocupada por ella y de cierto modo esa preocupación hacía sentir a Elizabeth querida. Tras la muerte de su madre, su padre, Lord Weston se había vuelto algo retraído y aunque ella supiera que él la adoraba su relación no había sido la mejor; la falta de comunicación había empeorado cuando él le había anunciado serenamente que ya había encontrado un marido perfecto para que la desposara.
Elizabeth siempre había sido una hija obediente y se había quedado en silencio aunque se muriese de ganas de gritarle a su padre que solo lograría su desdicha obligándola a casarse con un hombre al cual ni siquiera conocía.
Ahora su padre había decidido mandarla lejos por razones de seguridad y no tendría quizá ya la oportunidad de decirle lo que pensaba de su matrimonio preestablecido.
Ella soñaba casarse por amor con un hombre que la hiciera temblar con solo una mirada. Inesperadamente, un par de ojos azules vinieron a su mente y sin darse cuenta dejó escapar un profundo suspiro.
Madeleine frunció el ceño y dejó de enjabonar las piernas de Elizabeth.
-¿A qué se debe ese suspiro, mi niña?
Elizabeth pareció no escuchar la pregunta de su nana.
-¡Elizabeth! ¿No me oyes? –volvió a preguntar alzando el tono de su voz.
Elizabeth miró a su nana a la cara.
-Perdóname, nana, tenía la mente en otra parte…
-En tu prometido, supongo –alegó Madeleine mirándola atentamente.
-¿Cómo puedo pensar en alguien a quien no he visto ni siquiera una sola vez?
-Pero el futuro duque de Sheffield será tu esposo y…
-Dejémoslo así, nana, no tiene caso hablar del asunto –dijo mientras comenzaba a echarse una tinaja llena de agua tibia para quitar el jabón de su cuerpo.
Una de las criadas abandonó el cuarto y dejó la puerta entreabierta.
El sonido de pasos acercándose contrastó con el silencio reinante en el pasillo. Una silueta alta se recortó contra la luz de una de las antorchas que iluminaba la oscuridad del lugar.
Guy observó que la puerta estaba entreabierta y le llamó la atención el rumor de voces que provenían del interior.
No supo por qué pero tuvo la imperiosa necesidad de asomarse. En el preciso momento en que lo hizo, Elizabeth salía de la tina para que su nana la secara. Gisborne se quedó allí, quieto, contemplando a Elizabeth desde las sombras.
Sus ojos se clavaron en la cascada de cabello negro que caía sobre su espalda desnuda. Siguió bajando con la mirada hasta detenerse en las curvas de su culo pequeño y respingado; unas piernas largas y bien torneadas le daban a la jovencita el aire de una guerrera amazona.
Gisborne agradeció al cielo cuando la nana de Elizabeth finalmente cubrió la desnudez de su cuerpo con una fina enagua de hilo blanco.
Un calor intenso lo dominó de pies a cabeza y supo en ese instante que debía marcharse de allí antes de ser descubierto. Luego comprendió que en realidad ni siquiera tendría que haberse atrevido a espiar por aquella puerta.
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Esa noche en el castillo de Nottingham la bebida, la música y las risas reinaban por doquier. La fiesta que el Príncipe John había decidido dar en honor a la recién llegada parecía que sería el acontecimiento del año, al menos hasta el día en que él fuera por fin coronado ante la ausencia de su hermano mayor.
El príncipe se encontraba sentado en la mesa principal, a su lado el Sheriff bebía una gran jarra de vino.
-¿Cuándo se dignará a aparecer su bella ahijada así y honrar esta fiesta con su presencia? –preguntó el príncipe algo impaciente por la ausencia de Elizabeth quien todavía no había bajado al gran salón.
Vasey soltó la jarra y una risa nerviosa se dibujó en su patético rostro.
-Ya vendrá, Su Alteza. Acabo de enviar a por ella.
El príncipe arqueó las cejas.
-¿Qué puedes decirme de la adorable Elizabeth, Sheriff? –preguntó el príncipe inclinándose hacia delante para coger un racimo de uvas.
-No mucho, Su Alteza. Es hija de Lord Weston, un antiguo camarada mío quien me nombró su padrino el día del nacimiento de la pequeña. No he tenido mucho contacto con ella o con su padre los últimos años, la última vez que la vi era apenas una niñita de tres años.
El Príncipe John sonrió, no había salido ninguna palabra interesante de la boca del Sheriff, al menos algo que pudiera interesarle a él. Estaba a punto de interrogar nuevamente a Vassey cuando el barullo de los concurrentes a la fiesta se convirtió en un profundo silencio.
El motivo fue la aparición por fin de la agasajada.
El príncipe se puso de pie de un salto y se encaminó hacia ella.
Elizabeth bajó el último peldaño de las escaleras sintiéndose un bicho en una exposición. Todos los ojos estaban puestos en ella y odiaba ser el centro de atención. Sobre todo odiaba la sonrisa que el príncipe le estaba dedicando mientras ella se acercaba a él.
¡Cielos, haz que se aleje de mí! Pensó Elizabeth esbozando una tibia sonrisa; la única verdad es que quería salir corriendo de allí y encerrarse en su cuarto hasta que llegara el alba.
-¡Elizabeth, estás radiante! –dijo el príncipe asiéndola de la mano sin previo aviso.
Ella no pudo soltarse y no tuvo más remedio que caminar con él hasta la mesa principal.
Notó que los hombres la miraban con deseo y las mujeres con admiración. Su nana Madeleine, quien todavía no había bajado muy a su pesar, se había empeñado en que usara uno de sus mejores vestidos para la ocasión. Se trataba de un vestido de terciopelo color verde esmeralda con una falda muy amplia y mangas abultadas. El color de la tela acentuaba el verde ámbar de sus ojos y llevaba un moño encima de la cabeza en donde Madeleine había recogido todos sus rizos dejando el rostro completamente libre y despejado.
Se sentó junto al príncipe y cuando él se inclinó para ubicarse a su lado, Elizabeth observó indignada que los ojos del noble se posaron en el profundo escote de su vestido.
¡Dios! ¡No quería estar allí!
Ni siquiera la presencia cercana de su padrino la tranquilizó. No le gustaba sentirse el centro de la atención y más odiaba tener que ser amable con un hombre que le caía tan gordo.
Le sirvieron una copa de vino la cual bebió gustosa. No tenía apetito y a pesar de la insistencia del príncipe no probó las frutas secas que él le ofreció.
Una multitud había sido convocada para la ocasión y Elizabeth se lo agradeció a su padrino aunque hubiera preferido que su llegada pasara inadvertida.
Elizabeth observó un grupo de hombres y mujeres que danzaban dando brincos al compás de una música contagiosa, sin darse cuenta sus pies comenzaron a moverse por debajo de la mesa. Las parejas fueron moviéndose y cuando lo hicieron, una de las mesas que estaba en el otro extremo quedó al descubierto.
Allí estaba Gisborne sentado, sosteniendo una jarra en la mano y clavándole la mirada a través de las parejas que seguían moviéndose de un lado al otro.
Un calor intenso subió por el cuello de Elizabeth y de repente el sonido de la estridente música le pareció solo el sonido de un eco lejano. Él estaba lejos, a una prudente distancia y sin embargo a Elizabeth le pareció que estaba a tan solo unos centímetros de ella. Ella le sonrió y cuando él le devolvió la sonrisa se sonrojó como una niña. Tuvo que agachar la mirada para que él no advirtiera el brillo que seguramente iluminaba ahora sus ojos.
-¿Elizabeth, te gustaría bailar conmigo? –preguntó el príncipe trayéndola nuevamente a la realidad.
Ni siquiera tuvo el tiempo para responder a su pregunta ya que su padrino habló en su nombre.
-¡Por supuesto que Beth acepta bailar con vuestra Majestad! –asió a Elizabeth del brazo y la ayudó a ponerse de pie.
Elizabeth sonrió porque no había otra cosa que pudiera hacer. Dejó que el príncipe la llevara hasta el centro del salón. Una vez allí, él la cogió por la cintura con un brazo y con el otro tomó su mano.
Estaban demasiado cerca y Elizabeth lo sabía. Retrocedió un poco pero él volvió a acercarla a su cuerpo.
-Disfrutemos de la música y de la compañía, Elizabeth –le dijo él mirándole la boca.
Elizabeth ladeó la cara y desvió la mirada sin decir nada. Sus ojos buscaron a Guy una vez más. Lo encontró en el mismo sitio solo que ahora ya no estaba solo. Una hermosa mujer le hablaba y él le sonreía fríamente de vez en cuando aunque sus ojos estaban dirigidos a ella. Notó que a pesar de que estaban conversando había cierta tirantez entre ambos y Elizabeth sintió curiosidad por saber quien era ella.
El príncipe John continuaba apretándose contra su cuerpo y Elizabeth tuvo que inventar que estaba aún cansada del viaje para que él desistiera por fin de seguir bailando con ella.
-Es una pena, me hubiera gustado bailar contigo toda la noche –le confesó él mientras avanzaban hacia la mesa.
Elizabeth le sonrió haciendo un enorme esfuerzo en ocultar el fastidio que le provocaba su presencia.
Se sentó junto a su padrino quien se mostró asombrado ante su repentino regreso.
-¿Qué ha sucedido?
-La señorita Elizabeth se siente aún cansada de su viaje –respondió el príncipe incapaz de esconder su desazón.
Vassey apretó la mano de su ahijada y luego volvió a dirigir su atención a la fiesta.
Quizá la llegada de mi querida ahijada ayude a que mi relación con la nobleza se fortalezca pensó al notar el interés del príncipe en Elizabeth.
Madeleine se acercó a la mesa y le tocó el hombro a Elizabeth.
-¿Estás bien mi niña?
Elizabeth suspiró aliviada.
-Si, nana, ven siéntate conmigo.
-¡No, no mi niña! ¡No puedo hacer eso! –dijo Madeleine moviendo las manos hacia un lado y hacia el otro.
-No creo que mi padrino y Su Alteza tengan algún inconveniente, ¿verdad? –miró a los aludidos.
-Por supuesto que no –respondió el príncipe con una sonrisa tan falsa como lo eran sus intenciones de bogar por el bien de la gente de Locksley el día que asumiera el trono.
Elizabeth acercó una silla y la colocó a su lado, entre ella y el príncipe en donde ubicó a su nana.
-¿Te diviertes, mi niña?
-¿La verdad? Quisiera salir corriendo hacia mi cuarto –le confesó con una sonrisa de resignación.
-No digas eso –Madeleine había bajado el tono de su voz-. No puedes desairar a tu padrino quien ha organizado esta fiesta por ti.
Elizabeth asintió y miró a su padrino quien ahora conversaba animadamente con un hombre gordo y más calvo que él que ya tenía el rostro colorado de haber bebido tanto vino.
Luego la atención de Elizabeth volvió al centro del salón, en donde seguían bailando algunas parejas. Esto impedía que pudiera ver a Gisborne, estiró el cuello pero no logró verlo.
-¿Qué tanto buscas? –quiso saber Madeleine.
-Nada, nana es solo que… -se detuvo cuando el grupo de bailarines se dispersó y pudo divisar el sitio en donde minutos antes estaba sentado Guy. Pero ahora esa silla estaba vacía y la única que continuaba en la mesa era la mujer que había estado hablando con él.
Lo buscó por todo el salón pero no lo halló y eso le produjo cierta ansiedad que nunca antes había experimentado.
-Su Alteza –dijo de repente mirando al príncipe-. ¿Quién es esa mujer?
El Príncipe John miró hacia donde ella estaba observando.
-Es Isabella de Gisborne.
Elizabeth creyó que el corazón dejó de latirle por un instante al escuchar aquel nombre. Había entendido mal seguramente; quizá el vino y el cansancio le estaban jugando una mala pasada.
-¿Isabella de Gisborne? –preguntó buscando que él no confirmara lo que estaba pensando.
-Así es, Isabella es la hermana de Guy de Gisborne –respondió el príncipe percibiendo su nerviosismo.
El hecho de haber sabido por fin que la tal Isabella era la hermana de Gisborne y no su esposa le significó un tremendo alivio.
-¿Por qué lo preguntas, mi niña? Madeleine observaba detenidamente a Elizabeth y no le gustaba lo que estaba viendo.
-Solo por curiosidad, nana –le dijo volviendo a sonreír.
¡Es solo su hermana! pensó feliz como si fuera la mejor de las noticias.
continuará...